miércoles, 16 de noviembre de 2011

Mortífera amada

Un rayo de sol se escapaba por la cortina que envolvía en oscuridad la habitación. El rayo iluminaba mi demacrada cara que sonreía al pensar que ese sería mi ultimo rayo de luz. Poco a poco me embargaba la felicidad, ya casi olvidada, y tras un tiempo de espera, el sol se apagó y el rayo dejo de alumbrar mi cara, que por fin abrió los ojos, y pálida, ahí estaba ella, de esbelta figura, tez pálida como la luna, al igual que su cabello, blanco imperante, largo y suave, engalanado de una capucha por una capucha gris que surgía de su túnica deshilachada y desgastada por el tiempo.
Sus ojos color violeta, se posaron en los míos, tranquilizándome ante tal imponente belleza. Me saco de la bañera con una fuerza impropia de tal figura, de brazos finos, suaves y pálidos, curó mis tres heridas, las dos de las muñecas con una simple pasada de sus manos, que dejaron de sangrar y parecían que jamas una cuchilla había abierto en ellas mi salvación, y con un beso infinito curó mi tercera y mas profunda herida, que no sangraba, pero era la mas dolorosa, la de mi corazón.
No hablo en todo el camino, pero no dejo de mirarme, desee que no acabara jamás ese momento, me posó sobre una amplia cama de suaves y blancas sábanas dignas de un ángel, apartó la mirada y con un triste gesto me dejó allí, mientras yo la llamaba suplicante, viendo como la niebla la envolvía y se la llevaba para no volver a verla jamás.

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